jueves, 28 de junio de 2012

avergonzar al enemigo

Avergonzar al enemigo
Preséntate tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza, mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence y no tenga nada malo que decir de vosotros. Tito 2.7–8

En el libro de Job se nos presenta una imagen vívida de un encuentro entre Dios y Satanás. En este encuentro, Satanás intenta convencer a Jehová de que la aparente piedad de Job no es más que el resultado predecible de la abundancia y prosperidad en la que vive. Sugiere que si se le quita toda esa abundancia bien pronto dejará de caminar en rectitud delante del Señor. Detrás de esta sugerencia vemos un deseo, por parte de Satanás, de encontrar algo en la vida de Job que le sirva para realizar lo que es su actividad principal: acusar a los escogidos. Según la descripción que tenemos en Apocalipsis, esta es una actividad en la que no conoce el descanso, pues afirma la Palabra que acusa a los santos «delante de nuestro Dios día y noche» (Ap 12.10).
Saber esto nos puede ayudar a entender lo profundamente espiritual que es la exhortación de Pablo a Tito. Aquí no se está hablando de una sugerencia sino de no darle pie al enemigo, ni ser partícipe involuntario de ninguna de sus inmundas estrategias para enturbiar la obra de Dios. La manera de lograr esto, según la exhortación del apóstol, es viviendo de tal forma que el enemigo no tenga de qué asirse en la vida del hijo de Dios. En otras palabras, por más que examine nuestra vida con detenimiento no podrá encontrar elemento alguno que le sirva para acusarnos delante del Padre.
Este objetivo necesariamente nos tiene que conducir al plano del comportamiento, dejando de lado la idea, tan común, de que la verdad se define por medio de elaborados ejercicios intelectuales. En la visión de Pablo, la verdad se proclama con la vida. El enemigo no examina nuestra doctrina, para ver si encuentra en ella contradicciones teológicas o falta de evidencias bíblicas. El enemigo observa nuestro andar cotidiano. Nos mira cuando estamos sentados en familia. Nos observa cuando caminamos por la calle. Nos estudia cuando estamos en el lugar de trabajo. Nos escucha cuando hablamos. Nos analiza cuando estamos reunidos y cuando estamos solos. En todo esto él tiene una sola meta: encontrar en nosotros aquellas cosas que deshonran al Señor, para presentarse delante de su trono con la evidencia de nuestra condición indigna.
Debe animar nuestro corazón que, frente a las acusaciones insistentes del enemigo, tengamos también un abogado ante el Padre: Jesucristo (1 Jn 2.1). Él intercede por nosotros y defiende nuestra causa, ¡bendito sea su nombre! No obstante, vemos en el pasaje de hoy un llamado muy serio a vivir en santidad. Pablo nos exhorta a andar de tal manera que el enemigo tenga que «ponerse colorado» para acusarnos, porque no tiene otro recurso que mentir acerca de nuestras vidas. Nuestras obras proclaman que nos hemos comprometido sin reservas con Aquel que nos llamó de tinieblas a su admirable luz. ¡Qué tremendo desafío!


Para pensar:
«La santidad es la cara visible de la salvación». C. H. Spurgeon.

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