lunes, 20 de agosto de 2012

Las dimensiones de nuestro llamado

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. Efesios 4.11–12

Hay algunos textos en la Palabra que nos presentan lo que, hoy en día, llamaríamos una descripción de trabajo. Es decir, nos ayudan a entender cuál es la función que debe estar cumpliendo la persona que ocupa determinado rol dentro del pueblo de Dios. El pasaje de hoy es uno de esos textos, que proporcionan una clara descripción de la función de aquellos llamados a ministerios de liderazgo dentro de la iglesia.
La lista de Pablo tiene una amplitud de roles que hoy está faltando en la iglesia. Las autoridades más comunes entre nosotros son, sin duda, los pastores y maestros. La iglesia no ha sabido bien qué hacer con los demás ministerios de esta lista: apóstoles, profetas y evangelistas. Algunos grupos, por medio de un inexplicable salto exegético, creen que estos ministerios ya no son válidos. Otros muestran cierta tolerancia hacia ellos, aunque no crean los espacios necesarios para su expresión dentro del cuerpo. Esto ha obligado a los que poseen estos roles a optar por los llamados «ministerios paraeclesiásticos», que frecuentemente son el resultado de la frustrante falta de apertura de la iglesia local. En los últimos años hemos visto todo un resurgimiento de los ministerios no tradicionales de apóstol y profeta, pero sospecho que esto tiene mucho más que ver con un insaciable deseo de autoridad y prestigio, que con una genuina comprensión de la importancia que tienen para el cuerpo de Cristo.
Pablo efectúa tres afirmaciones relacionados a estos ministros en la iglesia. En primer lugar, el rol de todos ellos -y no solamente del pastor- es la capacitación de los santos. Por esto se entiende darle a los santos todas las herramientas y la formación necesarias para que ellos cumplan con el rol que se les ha asignado. Esta es una tarea que no ha sido delegada a ninguna otra persona dentro del cuerpo de Cristo, y es fundamental que los líderes lo entiendan.
En segundo lugar, la función de los santos es hacer la obra del ministerio. Es decir, actividades tales como la visitación, el servicio, el apoyo a los caídos, la atención de los nuevos, el evangelismo personal, y tantas otras cosas, deben ser responsabilidad de los santos, no de los líderes. Es en esto que encontramos el error conceptual más arraigado en la iglesia, pues los santos creen que esta es la responsabilidad del líder. Nuestro idioma refleja esta idea, pues decimos que el pastor se dedica «tiempo completo» al ministerio. En la mayoría de los casos, esto convierte a los santos en observadores pasivos.
La tercera afirmación de Pablo es que el funcionamiento adecuado de cada uno dentro del cuerpo es lo que produce su edificación. Tome nota que no dice que el pastor edifica la iglesia, sino que Cristo la edifica mientras cada uno hace lo que le corresponde.

Para pensar:
Este modelo tiene implicaciones fabulosas y un potencial que no puede ser exagerado. ¡Qué excelente momento para redescubrir el genial proyecto de Dios al establecer en la tierra la iglesia, que es el cuerpo de Cristo!

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