domingo, 23 de diciembre de 2012

El pecado de Sodoma

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Vivo yo, dice Jehová, el Señor, que tu hermana Sodoma y sus hijas no han hecho como hiciste tú y tus hijas. Esta fue la maldad de Sodoma, tu hermana: soberbia, pan de sobra y abundancia de ocio tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del necesitado. Ezequiel 16.48–49

Resulta de mucho provecho leer los comentarios que hacen diferentes autores de la Biblia sobre eventos históricos. Muchas veces añaden a nuestra perspectiva alguna dimensión que no encontramos en el relato original de los eventos. Tal es el caso del Salmo 78, por ejemplo, que nos provee un comentario sobre la salida de los israelitas de Egipto y su conflictivo paso por el desierto. Del mismo modo, en el texto de hoy, encontramos un interesante comentario sobre la destrucción de Sodoma, que complementa el relato original de Génesis.
Si yo pudiera preguntarle a una persona dentro del ámbito de la iglesia cuál fue la razón por la que Dios destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra, estoy seguro que la mayoría me daría una respuesta similar: El Señor terminó con aquellos dos poblados por causa del profundo deterioro moral en el que habían caído, con prácticas sexuales que aún hoy resultan detestables.
Esta decadencia es lo que estaba a la vista, pero el profeta Ezequiel ni siquiera la menciona en el texto de nuestro devocional. Creo que la razón es clara: las prácticas abominables en que habían caído no eran la causa de su problema, sino el síntoma. Es decir, la entrega desenfrenada a una vida de placer era el resultado de otras falencias mucho más serias, las cuales están mencionadas en este pasaje. El profeta identifica cuatro aspectos de la vida de los habitantes de aquellas ciudades, que nos dan interesantes pistas acerca de la esencia del problema que enfrentaban.
En primer lugar, afirma que ellos tuvieron abundancia de pan. Hemos de entender por esto que Dios los bendijo abundantemente con bienes materiales; gustaron de la prosperidad como fruto del trabajo de sus manos. Junto a la prosperidad, sin embargo, llegaron dos actitudes típicas de los que mucho tienen: la soberbia y el ocio. El orgullo es el resultado de creer que lo que hemos conseguido ha sido por la astucia y las habilidades propias. No existe ningún reconocimiento de la bondadosa provisión del Altísimo en ese estado de bienestar que disfrutamos. El ocio resulta cuando se tienen tantas riquezas que ya no hace falta trabajar para seguir ganándose el pan de cada día. La persona comienza a buscar la forma de divertirse, gastando la abundancia que posee.
Ezequiel señala que no siguieron el camino que Dios desea para aquellos que han alcanzado la prosperidad, que es bendecir a los que no tienen. Los habitantes de Sodoma no se ocuparon del afligido ni del necesitado. De este modo, queda al descubierto el verdadero problema de ellos: no supieron administrar con sabiduría todo lo bueno que habían recibido de la mano del Señor. Habiendo rechazado la inversión en otros, se volcaron hacia una vida de egoísmo absoluto.

Para pensar:
Dios nunca bendice exclusivamente para nuestro bienestar. Lo que recibimos tiene un destino comunitario, y deber servir para bendecir la vida de muchos. Esta es la esencia de nuestro llamado.

 

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