lunes, 10 de diciembre de 2012

Peligro de intoxicación

Y usted, ¿qué prefiere de mascota, un perro o un gatito?El crisol es para la plata y el horno para el oro, y al hombre se lo prueba por la alabanza que recibe. Proverbios 27.21 (NVI)

El proceso de purificar metales preciosos no es muy complejo y ya era conocido en tiempos bíblicos. El metal, que en su estado natural está mezclado con toda clase de impurezas minerales, es sometido a un intenso proceso de calentamiento. El calor producido por el fuego hace que los elementos, que poseen diferentes puntos de fundición, se separen para que quede aislada la plata o el oro puro.
La ilustración, del autor de Proverbios nos ayuda a entender cómo un proceso similar de purificación ocurre en el hombre. Es muy fácil para cada uno de nosotros confiarnos de nuestra propia capacidad para efectuar una evaluación acertada del verdadero estado de nuestro corazón. El mismo autor realiza una pregunta para la cual todos conocemos la respuesta: «¿Quién puede decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?» (Pr 20.9 - LBLA). Es imposible que el hombre purifique su propio corazón, especialmente en lo que se refiere al tema del orgullo y la humildad.
El texto de hoy nos da una solución más confiable. Una buena manera de saber la clase de persona que somos o son aquellos con quienes estamos trabajando es medir su reacción frente a la alabanza. Al igual que las más severas pruebas, la alabanza tiende a sacar a la luz las motivaciones y actitudes escondidas en lo más profundo del ser humano.
Existen dos posibles respuestas, frente a la alabanza, que deben preocuparnos. La primera es la persona que se hincha de importancia y cree que sus logros son producto de su propia fuerza e inteligencia. Esta persona está transitando por un camino peligroso porque se ha olvidado que todo lo que tenemos y somos es el resultado de la generosa bondad de Dios hacia nosotros. Lo nuestro no tiene mérito porque todo lo que es bueno y justo procede de lo Alto. «No puede un hombre recibir nada a menos que le sea dado del cielo» (Jn 3.27). Jesús nos recordó claramente esta verdad cuando contó la parábola del siervo que había servido fielmente a su amo, no solamente en el campo, sino también en la casa. ¿Acaso debía el amo darle las gracias por lo que había hecho? La respuesta del Maestro fue clara: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: “Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos”» (Lc 17.10).
La otra reacción que debemos cuidar es la de la persona que es excesivamente «humilde» y rehúsa reconocer que ha tenido parte en el éxito de algún proyecto. Sospecho que esta actitud revela una extraña manifestación del orgullo, pues la falta de disposición a recibir los regalos que otros nos quieren dar también se debe a la altivez. La verdadera humildad sabe dar, pero también sabe recibir.
Corresponde, entonces, que agradezcamos el cumplido a quien nos lo haya ofrecido y luego se lo entreguemos a nuestro Padre, no sea que lo atesoremos en nuestro corazón. La mejor manera de manejar la alabanza es no dándole mucha importancia.


Para pensar:
«Los orgullosos aborrecen el orgullo… ¡en los demás!». Benjamín Franklin.

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